Simeón Monfort Escrig

En un pueblo llamado Adzaneta de la provincia de Castellón nací el 8 de diciembre de 1937, allí aprendí las cuatro reglas en la escuela del pueblo y hasta el año 1984 no pude sacarme el graduado. En la actualidad estoy jubilado.

Mi infancia hasta el año 1946 la recuerdo bien, lo normal en un pueblo pequeño, escuela y juegos con los demás chicos y en lo que podía ayudaba a mis padres. Empecé pronto a fumar, las cartas se me daban bien, no despreciaba un trago de vino, era mal jugador de fútbol  y según cuentan era un niño extrovertido.

 En el pueblo la economía era de supervivencia y cada familia, excepto unos cuantos, vivían de lo que cosechaban. La tierra seca y las fincas pequeñas en bancales dispersos, siendo las principales cosechas el trigo, las aceitunas y los higos secos.

Mi familia trabajaba la tierra, en alquiler, en régimen de medianía y regentaban también de alquiler una taberna y la tienda “El Sol”. Las únicas propiedades eran una noria y un pequeño huerto, de modo que la principal preocupación consistía: ¡que comeremos mañana!.

El gobierno de Franco, a través de la Comisaría de Abastecimiento y Transporte, requisaban el trigo y las aceitunas y nos devolvían bazofia  a través de las cartillas de racionamiento. A veces se camuflaba algún saco de trigo que se llevaban a molinos clandestinos para tener algún extra para las fiestas.

El año 1946 fue un año maldito pues una terrible tormenta de verano arrasó la cosecha de trigo y ese mismo año una helada negra mató gran parte del olivar, de manera que el pueblo padeció la más absoluta miseria al entrar el invierno, por lo que no había dinero para comer y aún menos para un vaso de vino en la taberna.

Mi padre vendió lo poco que teníamos y con mis dos hermanos mayores se estableció en el Prat de Llobregat en donde compró una parcela de tierra y trabajando día y noche se hizo una casa. Mi madre con los cuatro hijos restantes, yo era el mayor, nos quedamos en el pueblo. Me duele recordar lo que pasamos.

En mi infancia no supe lo que era la leche, ni los huevos, ni la carne y el pescado, solo el tocino y las sardinas saladas prensadas, eso si en algunas fiestas caía en la mesa algún conejo. Afortunadamente lo que no faltaban eran los higos secos. Aún hoy se me vienen los recuerdos y no logro entender como mi madre se la apañaba para que pudiésemos comer cada día. Era su gran pequeño milagro diario.

En el verano de 1950 nos trasladamos todos al Prat, a la casa nueva, y fui directamente a trabajar a una casa de Payes a cambio de trabajar seis días a la semana, de sol a sol, me daban la comida, la cena y cinco pesetas. Allí comí bien y me quitaron el hambre pero también la salud. Al estar aislado no pude relacionarme con jóvenes de mi edad lo que repercutió en mi carácter, pasando de ser un niño extrovertido a un hombre casi taciturno. Solo recuerdo el trabajar y algún domingo de cine.

Dos años estuve en la casa nueva y otros tres de jornalero, así que un día con un permiso de la guardia civil, cuarenta duros y sin pasaporte cogí la maleta y me planté en Francia de donde fui devuelto a España, pero con pasaporte. Estuve varios años por Francia, Alemania y Bélgica de donde regrese al Prat el año 1968. A los quince días de trabajar en la empresa Cianenka me despidieron al figurar en las listas negras que la policía facilitaba a los empresarios, por lo que en todas las empresas donde solicité empleo me fue denegado. La solución se encontraba en manos de los prestamistas de la construcción trabajando de “Ferralla” en condiciones precarias de seguridad en el trabajo, que al ir a destajo los accidentes laborales eran frecuentes.

Las primeras protestas en las que participe fue en el campo en el año 1954, allí existían unos elementos “Els cap de colla” que desde un bar enviaban a los jornaleros al Payes que los necesitaba, por uno o varios días según el trabajo, ellos cobraban del Payes  y del bar y aunque no era obligatorio por parte del trabajador, el que no le daba su propina se quedaba parado con frecuencia. Este sistema creaba mucho malestar y las protestas fueron incrementándose, hasta que con el apoyo de varios payeses se consiguió que el reparto del trabajo se hiciera por un trabajador seleccionado por el sindicato de payeses. Cuando había poco trabajo este se repartía, pero este sistema duro poco tiempo y acabó siendo organizado por los payeses y los trabajadores. En aquel entonces hubo un gran malestar contra los “gabicantes”, que al salir de la fábrica iban a media jornada a trabajar en el campo con los que nos quitaban muchos jornales, aunque no se consiguió nada porque ellos iban fijos al payes y al margen del “cap de colla”.

El primer contacto con CC.OO. lo tuve en Bruselas en el Centro cultural García Lorca que estaba al margen de la Embajada Española. Desde este organizábamos las manifestaciones de protestas contra la represión del régimen franquista. Organizábamos charlas, exposiciones, fiestas, ventas de libros en donde se recolectaba dinero en apoyo de los trabajadores que padecían la represión en España por luchar por sus reivindicaciones laborales y por la libertad sindical. En todas estas actividades tuvimos una inestimable ayuda de las organizaciones y del pueblo belga. Al regresar a Catalunya participe activamente en la lucha sindical, en la configuración de las CC.OO. en las empresas, en la Coordinadora del ramo de la construcción así como en la constitución de la Coordinadora local del Prat de Llobregat.

Encontrándome en el desempleo fui uno de los participantes en la negociación con la empresa Auxini para que diese empleo a más de 60 trabajadores en el paro del Prat de Llobregat en la obra de los depósitos de gas en la Zona Franca, fui elegido delegado sindical y miembro de la ejecutiva local de CC.OO. Participé en las grandes luchas del Ramo de la construcción y colabore en apoyo de las empresas en lucha: Elsa, Siemens, Roca Radiadores, Papelera Española, La Seda de Barcelona, entre otras.

En el Prat de Llobregat la lucha por las reivindicaciones ciudadanas fue de gran importancia y en ocasiones de grandes enfrentamientos con el Ayuntamiento franquista. La población experimentó un fuerte crecimiento debido al proceso migratorio, pasando de 14.131 en 1960 a 36063 habitantes en 1970. Las calles sin asfaltar ni alumbrado público fue la primera protesta en que participe como delegado de mi calle, en relación con un proyecto de urbanización de unas 50 calles, exigiendo precios ajustados y controlando la calidad de las obras.

Se formaron Asociaciones de barrio para impulsar y coordinar todas las reivindicaciones pendientes. No teníamos Ambulatorio, los médicos atendían en sus casas, faltaban colegios y cientos de niños estudiaban en locales comerciales, faltaba un Instituto y los bachiller iban a estudiar a Barcelona. Empezamos por crear las APAS en los colegios y el Consell Local, en donde participe durante toda la enseñanza de mi hijo. Desarrollamos todo tipo de actividades contra la masificación de 45 alumnos por aula, por unos profesores de apoyo para las sustituciones.

Organizamos actividades deportivas, bibliotecas, comedores y conseguimos revisiones médicas en los centros escolares, entre otras. No siempre se conseguía la colaboración de los profesores ni de la Administración Local. A principio de cada curso la mayoría de los colegios no podían empezar las clases porque los maestros en traslado empezaban a nombrarlos por esas fechas afectando a un 80 %, lo que motivaba que de una plantilla de 268 faltaban 95 profesores. Fueron muchas las asambleas y manifestaciones que organizamos en las escuelas y por la población hasta el 22 de octubre que se inició el curso con todos los profesores. Los padres habíamos ganado una batalla importante para la enseñanza pública.

En el ámbito cultural reactivamos el Centro Recreativo Cervantes, donde se pasaban películas y se daban charlas seguidas de coloquios. Este fue un importante medio de divulgación social y político que confrontó ideas y limo aspereza entre las distintas sensibilidades políticas.

Otro tema no menos importante, en el que participe, fue en la lucha por la preservación de la naturaleza, como la Pineda del litoral que era de uso público, contra el intento de urbanización y sin vergüenza la vallaron, por la defensa del Río y las zonas húmedas, contra el proyecto de desviación, contra la construcción de la tercera pista del Aeropuerto que mutilaba la Pineda y amenazaba las lagunas la Ricarola y el Remolá, por la preservación del acuífero y la zona agrícola que era a la vez un pulmón verde en medio de tanto asfalto. Fueron unas movilizaciones magnificas  por su contenido y amplitud que crearon en la sociedad Pratense un hondo respeto por la naturaleza y el urbanismo.

Mi primer contacto con una organización política fue el año 1957 en Francia que mantuve una relación intermitente con el Partido Comunista de España (PCE). Finalizada la mili, en el año 1962, empecé a colaborar distribuyendo propaganda a la emigración en Alemania. En 1964 ingresé en una célula en Bélgica de la que fui responsable y a la vez miembro del Comité Comarcal de la zona de la capital. En 1968 al regresar al Prat ingreso en el PSUC del que fui responsable político local y miembro del Comité Comarcal hasta el año 1976. En 1970 fui Delegado al III Congreso del PSUC.

Mi recuerdo de aquellos años de lucha y militancia clandestina es de entrañable camaradería, de la estrecha convivencia y la confianza que se establecía entre nosotros. Es de la esperanza que teníamos y que nos impulsaba a seguir, es de la convicción que teníamos de que con nuestro esfuerzo y dedicación lograríamos instaurar en el país un sistema político más justo y libre para todos.

La represión laboral fue el estar en las listas negras de la Policía por lo que no pude trabajar en ninguna empresa grande. La represión política fue la presión  a que fui sometido durante varios meses en 1964, en la que con frecuencia tenía que ir a declarar a la Jefatura Superior de Policía en Vía Laietana sobre mis supuestas actividades subversivas en Bruselas. Sabían casi todos mis pasos en el extranjero y del interior lo suponían pero sin pruebas, Por esas fechas se plantaban delante de mi casa dos individuos dentro de un coche.

La conclusión que saco del periodo de lucha antifranquista es que fue un ejemplo de entrega, de tenacidad y sacrificio de mucha gente que no se resignaba a vivir entre tanta opresión y falsedad y que creían sinceramente en un mundo mejor y que otros muchos, solapados, lo aprovecharon para medrar.